En las últimas semanas hemos sido testigos de las riadas de gente que han tomado las plazas y calles de estos países. Las excusas iniciales han sido diferentes: subida de precios de los transportes públicos, islamización creciente, construcción de un centro comercial en una plaza emblemática…Las actitudes de los dirigentes políticos ha sido igualmente diferentes: tender la mano a los “indignados” y proponer una ambiciosa reforma política o tacharles de delincuentes y responder con un creciente autoritarismo. También los contextos económicos y sociales son radicalmente diferentes: algunos países se encuentran en pleno auge de crecimiento y otros consumidos por la crisis y el desempleo.

Sin embargo hay algo en común en todas estas manifestaciones del descontento de la población: la sensación de distanciamiento con los poderes del estado, el sentimiento generalizado de ser utilizados para conseguir un voto para después ser olvidados, la impresión de que nuestros dirigentes no rinden cuentas como deberían.

Puede ser que los gobiernos estén tomando decisiones egoístas en beneficio propio sin tener en cuenta la opinión de la ciudadanía. Puede ser también, que los gobiernos estén tomado las decisiones acertadas pero que no sepan comunicar bien sus razones a los ciudadanos. En ambos casos la solución no puede ser otra que una efectiva participación ciudadana.

Es necesario abrir canales, establecer consultaciones, promover una incidencia real de la sociedad en la política. Es muy difícil creer que un gobierno en particular (aunque habrá casos en que sí) lo esté haciendo tan estupendamente bien o tan rematadamente mal como dicen de un lado y de otro. En cualquier caso la interacción bidireccional, la información constante y pertinente y el respeto mutuo son requisitos imprescindibles para avanzar hacia sociedades más justas, pacíficas e inclusivas.