Funcionamos en un contexto amplio en el que suceden cosas a nivel global, nacional, local y personal. Asimismo, existe un marco de legalidad dentro del cual hemos de movernos. Dentro de ese contexto y ese marco existe una estructura política, económica y social en la cual se toman decisiones que afectan las relaciones entre los distintos actores de la estructura.

En un régimen democrático, entre las muchas decisiones que se toman, deben existir mecanismos de participación ciudadana, los cuales permitan incorporar a las mismas las necesidades y prioridades de la ciudadanía. Entre estos mecanismos se encuentran, por ejemplo: el derecho a la información que otorga la Ley General de Transparencia y Acceso a la Información Pública (1), las iniciativas Gobierno Abierto (2) y Parlamento Abierto (3).

La constante en este esquema es el cambio y los objetivos individuales y colectivos de los actores en éste son la estabilidad y la prosperidad. Las acciones que elegimos para lograr estos objetivos determinan las mayores diferencias entre los actores; nuestras preferencias son distintas y, por lo tanto, los caminos que tomamos para llegar a la estabilidad y a la prosperidad también lo son.

En aras del bienestar general, aun cuando los caminos elegidos pueden ser opuestos, existen reglas de interacción que deben ser precisas y conocidas por todos. En sociedades tradicionales y simples era fácil identificar a quien no tenía una conducta cooperativa y sancionarla. En sociedades modernas y complejas, dado que los intercambios son impersonales, se facilitan las conductas no cooperativas que evaden la reciprocidad y maximizan el bienestar personal. De ahí que resulta importante el establecimiento de reglas con base en la experiencia, es decir; institucionalizar la interacción entre los actores en la estructura y el contexto (4).

Institucionalizar implica una conducta acotada por reglas producto de la experiencia acumulada. A su vez, es un hacer democrático, dado que implica inteligencia, deliberación y exposición de posturas. Las rutinas institucionales existen fundamentalmente para reducir los costos de las diferencias entre los actores involucrados y de las deficiencias y asimetrías de información entre éstos (5).

Asimismo, institucionalizar implica no tener que pensar en muchos problemas o tener que tomar decisiones complejas. Se dan por hecho las soluciones, ya que la estructura de intercambio ha sido institucionalizada y, por lo tanto, se reduce la incertidumbre (6).

Esta incertidumbre y la asimetría de información generan tensión en las relaciones entre actores y, en este caso; en la relación de empresas y gobiernos con las comunidades. La comunidad, en cualquier ámbito, no es un monolito; es un conjunto de intereses que no siempre coinciden (7).

Conjugar estos elementos resulta indispensable para generar relaciones constructivas que permitan el desarrollo de un programa, proyecto o acciones y, por lo tanto, de la propia comunidad. Dicha conjunción se lleva a cabo a través de institucionalizar la relación con ésta.

El reto en la relación con las comunidades es lograr la inclusión e integración de, idealmente, todos los intereses. Sabemos que en el mejor de los casos, se llega a equilibrios imperfectos, pero suficientes y funcionales para la mayoría de las partes.

Dado que la relación con la comunidad es parte de un contexto amplio y el cambio en ésta es producto de decisiones en las que, generalmente, la comunidad no tiene injerencia directa, la negociación y el logro de acuerdos representa un reto importante. En ello radica la relevancia de la participación ciudadana en todos los niveles de la estructura política y social; para que las decisiones que repercuten en las comunidades estén dotadas de la mayor conciencia ciudadana y de lo que a la gente importa.

Con base en el diseño y el acompañamiento que Transparencia Mexicana ha llevado a cabo en procesos de esta naturaleza, aquí algunas consideraciones para institucionalizar la relación con las comunidades.

1. Tener claridad sobre el problema a resolver: ¿Por qué se quiere un cambio? ¿Qué quiere lograrse? ¿Con qué finalidad? Hacer manifiestos la intención y el objetivo.

2. Diagnóstico incluyente: Hacer un mapa de actores en las distintas etapas, identificar riesgos de conflicto, tener contemplada la estrategia para cada uno de ellos. Tener claro que ningún actor es bueno o malo; como dijimos con anterioridad, las comunidades y los distintos actores son un conjunto de intereses, por lo tanto, a lo largo del proceso, pero en especial durante el diagnóstico, estar alerta a las agendas particulares y no reveladas.

3. Diálogo constante: No solo con los líderes de la comunidad, porque a veces son quienes ocultan los intereses de la mayoría para el propio beneficio.

4. Sobre esta base, llevar a cabo acciones inmediatas para que la comunidad observe mejoras en el corto plazo. Dejar pasar tiempo genera desconfianza y se pierde el capital ganado. Tomar la ola, la oportunidad de cambio que se generó y usar la corriente a favor de los actores involucrados.

5. Contar con equipos multidisciplinarios y con capacidades complementarias. Se requiere capacidad de negociación, perspectiva técnica, sensibilidad social, expertise tecnológico, manejo de crisis y entrega de resultados. El eje transversal en todo ello es la visión estratégica. Simultáneamente, un componente fundamental para todos los miembros del equipo es el trabajo o las visitas de campo. Los miembros del equipo deben palpar lo que sucede en y con las comunidades, no trabajar desde el escritorio o desde la computadora solamente.

6. Evaluación constante: revisión entre pares, evaluación externa, entrega periódica de resultados a lo largo de la implementación del cambio, de la política, del programa o del proyecto. Y, por supuesto, la evaluación de impacto.

7. Mecanismos efectivos de difusión: Con los actores involucrados no hay mejor difusión que los hechos; como decimos en otros ámbitos, hablan por sí mismos. Determinar qué actores interesa que estén informados sobre la experiencia y acerca del conocimiento adquirido. Considerar que un buen indicador de calidad y éxito es si el programa, proyecto o acción es replicable.

8. Rendición de cuentas durante todo el proceso para reducir incertidumbre, desconfianza y, sobre todo, los riesgos del uso indebido de recursos y corrupción. Transparencia en sí no es suficiente, se requiere congruencia, integridad y ello implica rendición de cuentas: datos abiertos, sistemas de información públicos y cumplimiento de compromisos.

Por último, existe una tensión en el proceso de institucionalizar: Mientras las instituciones o relaciones institucionales funcionen y den resultados, son la fuente de certidumbre para las sociedades, por otra, dado que su razón de ser es la actividad humana y ésta es cambiante por naturaleza; son objeto de cambio (8).

El motor de cambio de las instituciones y relaciones institucionales está en la voluntad de los tomadores de decisiones a partir de sus preferencias y objetivos. Idealmente, la estabilidad y la prosperidad del mayor número. En el hacer con estos objetivos, también hay ganancias personales, solo que dentro del marco de la ley en el que hemos de funcionar.

Institucionalizar la relación con las comunidades es un ganar – ganar, en donde la empresa o gobierno y comunidades se encuentran a la mitad del camino, en el cual hay una minimización consciente de la ambición personal y una maximización del bienestar general.

Referencias:
(1) Ley General de Transparencia y Acceso a la Información Pública http://www.dof.gob.mx/nota_detalle.php?codigo=5391143&fecha=04/05/2015
(2) Alianza para el Gobierno Abierto http://gobabiertomx.org/ @GobAbierto_MX
(3) Parlamento Abierto http://www.tm.org.mx/principios-de-parlamento-abierto-en-mexico-2/ @ParlAbiertoMx
(4) Las instituciones como reglas del juego, Jorge Javier Romero @Giorgioromero
(5) ídem
(6) ídem
(7) @ebohorquez
(8) Las instituciones como reglas del juego, Jorge Javier Romero @Girogioromero

Imagen: flickr, Creative Commons, AECID

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